sábado, 9 de febrero de 2013

Si en diez no viene me tomo un taxi

Una de las cosas que me sale mejor es perder colectivos, bien elegido el nombre del blog. Todos los días pierdo uno, el que me hace llegar a horario a trabajar. Otras veces pierdo dos, otras tres, ya estoy acostumbrada. Hace unos días me pasó que perdí cuatro colectivos en apenas dos minutos. Solo hay un par de cuadras de mi casa a la parada, pero los vi pasar a los cuatro, ni me saludaron los forros. Decidí esperar diez minutos antes de tomar un taxi, porque estoy en contra de garpar sesenta mangos en vez de uno con setenta si son las once de la mañana.

Pasaron once de los diez minutos que había decidido esperar, así que me fui caminando hasta la avenida más cercana. Claro, lo que me pasó mientras me alejaba de la parada fue que llegaron dos colectivos, pero ya era tarde para volver, e inclusive para ir en colectivo al trabajo, porque iba a tardar el doble en llegar. Cuando estuve en la esquina en la que tenía que conseguir el taxi, el sol en la cara me distrajo y dejé pasar un par que estaban libres.

El brillo del sol en la cara me transporta como a otro universo, en el que no pasan cosas como ir a trabajar, o ir en taxi a trabajar. Cuando volví de ahí justo pasaba un tercer taxi, lo paré de casualidad, tuvo que frenar de golpe, y me dieron ganas de pedirle perdón por el abrupto. Subí y no hice más que decirle la dirección a la que iba, todavía tenía sueño y pocas ganas de hablar. Parecía que él chofer también andaba sin ganas de hablar porque los primeros minutos se limitó a quedarse callado, agradecí eso mientras duró.

Había salido apurada y sin maquillarme. Hace tiempo adopté el hábito horrible de maquillarme en el colectivo, descubrí que me hace llegar cinco minutos menos tarde a los lugares. Pero lo del maquillaje en el taxi no me cerraba tanto, como sea, era la única opción. Empecé a delienar mi ojo izquierdo cuando el auto se detuvo en el semáforo, no era un buen momento para quedar ciega por pintarme con el auto en movimiento. El taxista, que no tendría más de treinta y cinco años, y sí tenía cara de nada, empezó a suspirar y bostezar exageradamente. Yo estaba demasiado concentrada como para prestarle atención, tardé en terminar de pintar todo el ojo porque leí en un blog con estupideces para minitas cómo maquillarte según la forma de tus ojos, y no puedo evitar seguir los pasos ahí detallados.

Sonó un mega bostezo. - Ay, que sueño que tengo, por favor-. Yo  ahí pensé que, mierda, me habló, y encima mientras intento delinearme, incómodo y cualquiera todo. - Sí, yo también, me acosté tarde. - Ah no, yo no estoy pudiendo dormir. Sufro de ansiedad, me despierto a cada rato. Tres de la mañana y agarro el celular para mirar Facebook, soy un pelotudo ¿no? - jaja, que bajón no poder dormir- fue todo lo que me salió decir. ¿Qué me importaba? No sé, pero enseguida pensé que el tipo debía estar re psiquiátrico y que iba a secuestrarme para luego matarme, y yo con un solo ojo pintado. Lo bueno fue que no le contesté más y él no dijo nada por un rato, terminé de maquillarme, ya faltaba menos para llegar.

- Sí, la verdad que tengo que dormir más, sino no se aguanta. Y ¿dónde trabajás, en un local de ropa? digo, por la zona. - No, en una fundación. - Ah, mirá que bueno -... - Sabés que estoy hablando con una por el pin del celular que tenía una hija de trece años y se le murió. ¿re das idea de lo que es eso? vivir trece años con alguien y que de repente no está más-. No sabía a que venía ese dato perturbador, pero me puso muy contenta ver que faltaban no más de diez cuadras para llegar, y dejar lejos los bostezos y comentarios extraños. Eso es una porquería de viajar en taxi, para los tipos que manejan debe ser malísimo estar ahí metidos mil horas, pero yo no soy de esa gente que gusta de conversar y por eso, bueno, no me hables más y punto, por favor. Cuando vio que yo no le contestaba casi dejó de hablar, hasta que llegamos y me dijo "bueno, son cuncuenta y tres pesos", de esa nunca te salvás. Le pagué, lo saludé con una sonrisa; porque podré no contestarte cuando me hablás pero soy un amor, de verdad, y me bajé.

Gasté todos esos pesos y de todas formas llegué tarde. Estoy empezando a creer que el sentido de la vida es contarle a otros cosas que no les interesa escuchar. La próxima capaz salgo más temprano así alcanzo el colectivo.

jueves, 22 de noviembre de 2012

Permiso para hablar

Una de las cosas que me molestan mucho de vivir en la ciudad es que está llena de esa gente que te habla aunque no te conozca, sin pedirte permiso, sin fijarse si te interesa lo que te va a decir. Algún perdido, señoras mayores, turistas, personas pesadas que quieren contarle la vida entera a desconocidos porque no tienen con quien hablar, o porque creen que no contaron sus historias lo suficiente. Esa gente no me gusta, yo no le hablo a nadie, no necesito que me hablen tampoco, nunca voy a saber como contestarles, así que ni lo intenten.

Hay un señor que vive en mi barrio, a un par de casas de distancia, que conoce a mi madre desde que era joven. Es algo demente, o tiene problemas mentales reales, no sé bien. La cuestión es que es muy raro y conoce a mi familia a la perfección, aunque nunca hablamos con él. No podría llegar a medir cuánto más me molesta que me hable alguien, que para mi es desconocido pero tiene datos sobre mi vida, que no sé dónde consiguió. Siempre que me lo cruzo por la calle, bajo la mirada y contemplo las baldosas hasta que pasa; si puedo, hasta cambio la dirección en la que me dirijo, o cruzo de vereda.

Teniendo en cuenta que vivimos en la misma cuadra, y que pasan solo dos o tres colectivos por la zona en la que estamos, no es raro que una vez cada tanto me lo encuentre en la parada. Lo que no comprendo es porqué tiene que suceder tan a menudo, o porqué justo el día que veo pasar el colectivo que tengo que tomar cuando todavía estoy a media cuadra y llego tarde a trabajar, ¿Por qué no se subió él a ese colectivo? ¿por qué está ahí esperando cuando llego? ¿Por qué tiene que mirarme con cara de oportunidad para entablar una conversación? No puedo escapar de esto nunca, por más que lo intente.

Por las dudas ni voy a mirarlo a los ojos, siempre concentrada en el celular. Aunque para ver si viene el colectivo tengo que mirar para donde él está, y sé que me está mirando, porque siempre me mira como esperando que celebre encontrármelo. No hay forma de evitar el cruce de miradas, pero siempre me queda la opción de hacer como que no lo conozco. Nadie me obliga a conocer al vecino lunático que sabe todo sobre todos.

- LA HIJA DE ESTELA.
- mh...
- CADA DÍA MÁS PARECIDA A TU MAMÁ.
- ¿Sí?
- IGUAL, DESDE ASÍ DE CHIQUITAS LAS CONOZCO YO A USTEDES.
- ahá..
- ...
- ...
- QUÉ CALORÓN QUE HACE, ¿NOCIERTO?
- Sí.
- Y BUENO, ¿VAS A UN TRABAJO VOS?
- Sí.
- AH, ¿EMPEZASTE A LABURAR NOMÁS?
- Sí, hace bastante que trabajo igual.
- QUÉ BUENO, Y BUENO, ES LO QUE HAY QUE HACER, ¿NO? BUENO...

Ay, no pude zafar, menos mal que viene el colectivo. Quiero que sepa, señor, que yo no tengo idea de como se llama, ni qué hace de su vida, y en mi mente lo maté unas cuantas veces de diferentes maneras mientras me hablaba. No entiendo, ¿qué le importa a este hombre si trabajo o dejo de trabajar? - PASE USTED, SEÑORITA - ¿Por qué tiene que decirme que me ve pasar por la vereda desde mis épocas de niñez? No lo siento más cercano por eso señor, ni aunque me lo diga cada vez que me cruza, solo tengo un poco más de miedo de acercármele. Me da algo de escozor verlo emocionarse por el paso del tiempo. Ya no mido 120 cm, y sí, trabajo de lunes a viernes porque tengo 23 años. Deje de actuar como si le importara, por favor, no nos conocemos.

Por suerte, si me deja pasar primera puedo huir bien al fondo del colectivo. Yo sé que usted nunca llega hasta el final porque se baja unas seis paradas después de subir, entonces puedo hacer como que nunca lo vi ni mantuve un intento de conversación con usted y me escondo entre las personas del fondo. El colectivo este nunca está lleno a la hora en la que viajo, en realidad, no puedo ocultarme entre otras cabezas. Voy a tener que aguantar su mirada hasta que se baje dentro de diez minutos. Por suerte encontró otra presa que subió detrás de nosotros, ya no soy el centro de atención. Respiro este aire contaminado de colectivo en paz.

En verdad, no podría jurarlo, pero creo que esa señora que acaba de subir se dirige directo hacia mi, que, para no perder la costumbre, soy la única que viaja parada.

- Querida, ¿puedo hacerte una pregunta?

No de nuevo, por favor, qué castigo vivir en esta ciudad.

lunes, 5 de noviembre de 2012

Colectivo Social Club

Mi horario ideal para tomar el colectivo y no llegar tarde al trabajo es 10:40 am. No sé qué estaba haciendo a esa hora, pero salí de casa 11:07 am, y con suerte iba a llegar un poco menos de treinta minutos tarde. Además, hay un colectivo que pasa justo dos minutos antes del horario en el que salí, el que suelo tomar, el que ya había perdido. Iba a llegar más tarde que de costumbre y eso le daba al lunes desde un comienzo algo más de emoción.

La fortuna se acerca y se aleja de mi en modo aleatorio, y en ocasiones me tira un lance. Tres minutos después de llegar a la parada estaba subiendo a mi transporte y pidiendo el boleto. El chofer me resultó bastante simpático así que le di las gracias con una sonrisa. Mi lugar favorito, al fondo, al lado de la puerta, estaba vacío y me dirigí sin miramientos hacia él. El sol me daba justo en la cara, el colectivo estaba casi vacío y yo, como de costumbre, hacía no sé qué con el celular; mientras pensaba seriamente que no entendía porqué la gente aborrecía tanto los lunes, pobres lunes.

En las primeras cuadras de viaje se subió un simpático sujeto a vender chocolates. - Jamler (o sea, Hamlet), lleve marca, prestigio y calidad en chocolates. Tres chocolates Jamler en cinco pesos.- Marca, prestigio y calidad. Qué fácil es decir cualquier cosa que nada que ver con nada. A nadie le importa usar bien las palabras. En eso me hizo pensar el señor que vendía chocolates, y en que tres por cinco es un buen precio también.

Una señora casi mayor, con el pelo rubio platinado muy batido, y unos enormes lentes de sol de color marrón, se sentó al lado mío a mitad de camino. Ocupaba más espacio del estimado por persona, y se había sentado encima de la punta del abrigo que llevaba abierto, porque adentro del colectivo casi siempre hace calor. Le sonó el celular y se puso a hablar a los gritos con no sé quién, le avisaba que ya estaba arriba del colectivo. Igual no me importaba mucho la señora. Cuando te sentás en el asiento de atrás de todo, del lado de la puerta, podés poner los pies en la baranda esa que hay y te sentís la persona más copada del colectivo. A mi, aparte, me gusta mirar mis zapatillas, porque a través de los pies es que el capitalismo se me mete en la sangre y mis muchos pares de calzado son la expresión de esa simbólica derrota ideológica y social.

Yo seguía usando el celular y contemplaba con amor mis zapatillas azules, rojas y blancas -siempre tengo que decirle a la gente que si quiere decir algo de ellas, no diga que son de San lorenzo, son de Francia o no son nada -, hasta que la señora terminó de hablar por teléfono y decidió hablar conmigo. ¿Por qué hablar conmigo? No me gusta ni un poquito que la gente me hable, sobre todo si es alguien que no conozco. Si yo no te hablo, vos no me hables; esa es mi regla básica en la vida. - Querida, ¿te puedo hacer una pregunta a vos que sos tan amable? - ¡Qué poder tenía la señora! unos minutos de viaje y ya había descubierto mis dotes de amabilidad. - ¿Sabés si este colectivo pasa cerca de Scalabrini Ortiz? - Si, va por Scalabrini desde... - No, está, ahí en esa calle ya me ubico sola. Gracias, eh. - Bueno. - ¿Sabés que pasa? Le pregunté al chofer y más o menos que me gruñó, ni le entendí lo que me dijo, viste. - Mientras, yo pensaba que a mi el señor que manejaba me había caído bastante simpático, y además, a mi qué me importaba lo que le había dicho a usted, no le pregunté nada. - Bueno, pero listo, si te pregunto a vos ya está, muchas gracias, nena. - De nada.

Pasaron menos de cinco minutos y un señor corrió para alcanzar el colectivo cuando ya arrancaba, como si hubiera sido el último transporte en funcionamiento en todo el mundo. Tenía un pilón de cartoncitos con algo impreso que no llegaba a ver desde el fondo. Estuve a punto de hacerme la dormida, porque me pone muy nerviosa lidiar con la situación "quiero que me des plata pero no te ofrezco nada" porque no encuentro el modo de decir que no si no estoy rechazando mercadería tangible. No es que no quiera darle mi dinero a otro, no me interesan los billetes ni las monedas de mi billetera. Pasa que el intercambio social altera mi sistema nervioso, y cuando no tengo dinero para dar no sé bien qué cara poner. No logré enviar a mi cerebro la señal, y para cuando me planteé actuar la siesta y cerrar los ojos, ya había hecho contacto visual con el recién subido y había comenzado a escuchar qué decía.

Nunca me había pasado algo de este talante en el tiempo que llevo viajando en colectivo. Sus cartones tamaño postal, tenían impresas diferentes y escabrosas imágenes de Jesús. Pero lo raro no fue eso, sino lo que empezó a decir cuando se presentó. El señor decía que él no quería hacer negocios sino hablar de la fe. Que las tarjetas no le habían salido caras porque las había comprado por mayor, y las repartía sin ánimos de recibir dinero, PERO QUE QUEDABA EN NOSOTROS PODER SOLVENTAR SU DIFUSIÓN DE LA FE. De entre sus palabras recuerdo estas particularmente: "A ver si pueden decirle que no a Jesús. Y si piensan que los ofendo o no creen lo que les digo, me lo pueden decir tranquilamente si se animan, pero no estarán diciéndomelo a mi sino al mismo señor".

Un poco no podía creer lo que escuchaba y otro poco me asustaba, ¿Vos decís que querés hacer plata diciendo que no querés hacer plata en nombre de Jesús? El hombre tenía una mirada perdida que asustaba, y pronunciaba sus palabras de una manera tan filosa que me dio miedo contestarle, pero yo quería decirle esto; que me parecía cualquiera que se animara a hacer esa estupidez, que yo creía de algún modo en la mayoría de esas cosas de las que hablaba, pero podía estar de acuerdo con que saliera a hablarle al mundo de esa manera. Que si quería manguear plata comprara tarjetas con frases cursis de amor y perritos deformes, y que no extorsionara a todo viajante con la culpa como herramienta siempre efectiva y principal. Yo, claro, no abrí la boca. No me gusta ni un poquito que la gente me hable, dije; sobre todo si es alguien que no conozco y cuando no se sabe muy bien cuáles son sus facultades mentales. La única que le dio plata fue una judía que le dijo "Aunque yo creo en otras cosas, esto va porque te animaste". Por mi parte, le devolví esas postales, que por cierto asustaban tanto como el señor; y me me decía a mi misma que si todos nos animamos a hacer cualquier cosa que se nos cruce por la cabeza, pasado mañana el universo implosiona y los billetes que ganó el loco de las postales se desintegran en el vacío.

Ya llegaba como veinticinco minutos tarde a trabajar, cosas que pasan. Cuando estaba por bajar, la señora del pelo batido me preguntó si ya estábamos en Scalabrini Ortiz, y hasta dónde seguía el colectivo, porque ella tenía que ir pasando Paraguay, seguro que pensó que era información de relevancia para mi. - Hasta Paraguay llega, dobla recién en Santa Fe. Y por favor, no me hable más, señora, se lo pido por lo que más quiera.

Digo, también, qué suplicio puede llegar a ser viajar en colectivo si vas a contramano del mundo; inocente vos, con el objetivo de llegar destino, cuando el resto de los seres humanos en realidad viaja nada más para hacer sociales.

jueves, 18 de octubre de 2012

El viaje del amor

Viajar en colectivo es una experiencia con cientos de matices. Para algunos es una porción de infierno por la que es inevitable transitar. Minutos, y hasta horas de padecimiento, atrapados entre una cantidad insólita de personas. Personas que huelen mal, que pegan codazos, que hablan a los gritos por celular, que llevan mochilas gigantes, que no te dejan pasar aunque pidas permiso y por favor unas veintisiete veces al hilo. Sí, viajar en colectivo puede ser un suceso horrible. Pero también puede ser mucho más que eso.

Viajar en colectivo tiene esa cosa de esperar asechante para conseguir un asiento, analizar con detalle la cara de cada pasajero para inventarle una historia de vida y adivinar en que parada va a bajar. Es ganarle a otra persona el espacio menos incómodo, es mirar por la ventana y ver como el mundo vive, y como uno se traslada por toda la ciudad sin mover ni un músculo.

Hay algo que pasa en ocasiones, cuando está la posibilidad de ver más allá del espanto de viajar. El momento en el que encontrás a la persona que, creés, estuviste esperando toda tu vida. El amor a primera vista que nace en los colectivos es de los sentimientos más reales y fugaces del universo. Una marca de esas imborrables, que se borra por completo después de un rato.

Hoy pasó esto. Estaba cansada, muy cansada, porque había hecho muchas cosas en el trabajo; y también enojada, porque cuando salgo más tarde de trabajar el colectivo está más lleno y se complica más eso de hacer del viaje de vuelta un momento especial del día. Vi venir al colectivo y me pareció que estaba bastante lleno, podía dejarlo pasar y esperar por el próximo. Pero las ganas de llegar a casa ganaron, podía pedir permiso las veces que hiciera falta con tal de llegar a mi casa aunque sea cinco minutos antes. Apenas subí me pareció que había sido una muy mala idea, terrible idea, ¿de dónde sale toda esta gente que viaja en colectivo? ¿por qué tienen que ir todos al mismo lugar al que voy yo? Recién tres o cuatro paradas después de haber subido pude pagar, con SUBE, claro está. "Hola, uno veinticinco, por favor" el chofer se merece aunque sea un saludo, está bancándose a 50 personas sudadas y de mal humor.

Inmersa en la ardua tarea de pasar de la primer mitad del colectivo a la parte de atrás, tuve que enfrentarme con cuerpos inanimados e inmóviles; bolsas, carteras y mochilas gigantes; brazos ubicados en lugares impensados y otros tantos obstáculos que demandaron todo mi esfuerzo y concentración. No fue hasta que crucé miradas con él, que comprendí cuál era el fin de tan desmedida labor. Era el chico más lindo de todo el colectivo, ¿qué digo de todo el colectivo? el más lindo de toda la ciudad, o mejor, de todo el universo. Un poco despeinado y con unos rulos castaños que no llegaban a formarse, ojos grandes y celestes como el cielo un día de mucho sol. Mediría unos 1,80m y su ropa estaba algo desalineada, pero le quedaba pintada. Estaba nada más a dos personas de él y cuando lo miré me miró y casi que sonrió. Fue más bien una mueca extraña, pero a un desconocido no se le sonríe porque sí, así que a mi me bastó. Enseguida me di cuenta de la tragedia, estaba horrible. Despeinada, muerta de calor, quizás hasta se me había corrido el maquillaje; terrible ocasión para conocer al amor de mi vida, el futuro padre de mis hijos, con quien iba a planear un viaje por el mundo, terrible ocasión. Pero el destino había dictado que así fuera, si había subido a este colectivo lleno para conocerlo, peinada o despeinada ya me daba igual.

De a poco me fui acercando hacia donde él estaba y llegué a quedar parada al lado. Ahí pude notar que desprendía un aroma particular, un perfume que olía a él, porque le calzaba perfecto. Lo único que pasaba era que yo viajaba cerca suyo, e imaginaba que por algún motivo comenzábamos a hablar. Como si yo fuera a interactuar con un desconocido porque sí, a la luz del día y en un viaje en colectivo. En mis sueños ya le había dicho que sus ojos eran muy lindos, habíamos caminado por el parque, y hasta habíamos arreglado para ir a cenar.

Cuando una señora muy arreglada se levantó de su asiento para bajar, volvimos a cruzar miradas. Él viajaba desde antes, la ley natural indicaba que tenía que ser quien se siente primero. Tensión. Unas milésimas de segundo en las que ninguno de los dos hacía nada, me dieron más tiempo para quedarme mirándolo; pero no me di cuenta de que estaba ofreciéndome el asiento, porque me distraje con el detalle de su dentadura perfecta. Cuando me ofreció el asiento por segunda o tercera vez entendí que tenía que sentarme. Confieso que hubiera preferido mirarlo una eternidad.

Siempre que viajo en colectivo me duermo y esta vez no fue la excepción. Estuve sentada y mis ojos comenzaron a cerrarse y a las pocas cuadras me había quedado dormida, aunque me había forzado por que no sucediera. No fueron más de cinco minutos de siesta, pero cuando me desperté el amor de mi vida ya no estaba. Sentí una punzada en el corazón de esas que duelen. No sabía nada de él pero era el hombre perfecto para mi, estaba enamorada de verdad. Esos diez minutos iban a ser imborrables, incluso aunque media hora después comenzara olvidar sus dientes, su perfume, sus ojos y sus rulos castaños, hasta olvidarme de que había estado frente a mi de verdad.

La enseñanza es una sola, nunca te enamores en el colectivo, porque el único destino de tan puro sentimiento es el desamor.

martes, 2 de octubre de 2012

Anhelo pasajero

Después de caminar unas cuantas cuadras, tomar un colectivo en donde recién empieza puede ser un hecho muy especial. Tomar el 132 Por Alem al 1000 era un hecho muy especial para mi esta tarde. Por desgracia, sí que es una desgracia, solo el ramal Flores llega hasta mi casa. No puedo tomar así como así el primer colectivo que viene si no es de ese ramal, y en las estadísticas siempre gana Carabobo. Esperaba entonces, pasó uno, pasaron dos, pasaron tres 132 de los que van por Carabobo hasta que llegó el que yo esperaba. 

¿Cuántas paradas hay entre el comienzo del recorrido en Retiro y el lugar en el que yo estaba esperando? ¿Dos, tres paradas? Tenía que conseguir un asiento para dormir todo el viaje, no podía fallar. Pero todo lo que no puede fallar siempre falla, y cuando llegó el colectivo llegó semi lleno. Tercer parada y el colectivo ya no tenía asientos libres. Y yo que cargaba con una cartera llena de estupideces, un paraguas de los grandes y un tapado que no me servía para nada porque ni hacía frío. La lluvia hace esas cosas y engaña a las personas a veces. Además, no hacía más que soñar con dormir, pero tuve que conformarme con quedarme parada cerca de los que tenían cara de bajar por Microcentro o Tribunales. Claro que hay clasificaciones de viajantes según el porte. Otro día en el que tengamos más ganas de categorizar, encasillar y discriminar hablaremos de eso. 

Así fue que viaje parada hacia esa potencial instancia en la que algún hombre trajeado bajara del colectivo para meterse en una de sus jaulas-oficinas, se encontrara con alguien para tener una reunión de esas muy aburridas, o fuera rumbo a engañar a su esposa con una de por ahí. Fueron solo unas 15 cuadras, pero en ese transcurso el colectivo se llenó mucho, mucho de verdad. ¿Cómo puede ser que haya tanta gente concentrada en tan poco de la ciudad? Odiosas personas, viajar en colectivo es una gran experiencia y ustedes arruinan todo siempre.

Como sea, finalmente se bajó un señor muy simpático. Su saco gris tenía unas, casi imperceptibles, rayas y era medio pelado; de esos que se animan a extraños y forzados looks para disimular la calvicie con lo que les queda de pelo. Había llegado mi momento de gloria, sentarme y dormir lo que quedaba del viaje. Pero ahí nomás apareció una señora casi mayor, con cara de "yo tengo más derecho de todos porque soy una vieja de mierda". A mi no me cae mal casi nadie en el mundo, pero si hay algo que no soporto es a las viejas de mierda. Señora, yo no tengo la culpa de lo que pase con su vida. Usted debe vivir al pedo y yo trabajo y estoy cansada, pero es obvio que voy a dejarle el lugar a usted; porque si no lo hago, podría sufrir una perforación de pulmón causada por su codo, ese que es capaz de hacer lo que sea por quedarse con el lugar. Mala suerte para mi, espero que alguien me mate antes de llegar a ser vieja de mierda.

Finalmente, un par de paradas más tarde, una mujer muy elegante y con cara de infeliz se bajó, y sí me senté esta vez. Dormir, cuando viajo en colectivo, en lo único que pienso es en dormir. Pero sin embargo me senté y no me dormí. Estaba muy entretenida mirando Twitter en el celular, y me sentí realmente imbécil porque en verdad estaba invadiéndome el sueño y, vamos, no iba a explotar el mundo si yo me perdía lo que todas esas personas, desconocidos en un alto porcentaje, estaban diciendo. Parecía que este viaje nunca iba a corresponder a tan profundo y transitorio anhelo. Gracias al cielo, y a que mi celular es una porquería, se acabó la batería y no me quedó mejor cosa que hacerle caso a la estúpida y sensual somnolencia.

No hay nada más espléndido e incomodo que dormir un rato largo en el bondi, sin que un bache grande, un bocinazo, o alguna persona nos despierte; aunque después el cuello duela solo de un costado, y nos arriesguemos a que cualquiera que anda por ahí nos vea dormir con la boca abierta o babearnos. 

Así de bien me fue, me desperté unas cuadras antes de llegar a destino, las caras a mi al rededor eran otras que las de antes de dormirme. Sinceramente no me importaba ninguno de ellos. Apenas pude reaccionar me paré a tocar el timbre, una nena que viajaba con su madre me regaló una sonrisa antes de bajar y por una milésima de segundo sentí aprecio por la raza humana y tuve fe en la humanidad. Después recordé que estaba muy dormida y que tenía que caminar cuatro cuadras, infortunio. Enseguida me dije que qué mala idea dormir en el colectivo, y que iba a recordar ese momento de sufrimiento cuando se me ocurriera dormirme la próxima vez. Ahora digo que mentira, voy a dormir de nuevo en mi próximo viaje y todos los que le sigan, cuando viajo en colectivo solo pienso en dormir. Chau.

jueves, 9 de agosto de 2012

Sensación de paro de subtes

Si hay un momento especial para empezar a escribir en un blog de dudoso futuro es este. Casi una semana de paro de subtes en Buenos Aires. Buenos aires que aparte ya es una mierda para viajar el común de los días, esos en los que el subte funciona y está lleno muy lleno de gente, y aún así por la calle no se puede andar. 
Hay días que para no llegar tarde al trabajo tomo taxis, otros en los que me excuso con haber perdido el colectivo o con el tránsito. El tránsito es una gran herramienta para el pierdebondis o el que llega tarde a todos lados. Es espléndido el papel del pobre martir presa del tránsito, porque siempre en algún otro afectado, o simplemente indignado de la vida, encontrará refugio y justificación por la falta de puntualidad.
Lo mejor es encontrar una tercer excusa que habilite a la llegada tarde como por ejemplo “voy primero a hacer unas cosas por el centro y después para ahí”. Eso fue lo que se me ocurrió hoy cuando me desperté 15 minutos antes de la hora a la que habitualmente salgo de casa. Brillante idea, sobre todo para un día como hoy. Jueves de fiesta de metrodelegados en las cabeceras de los subtes, jueves de gente alterada andando por la ciudad, jueves de infradotados que piensan que por ir con cara de orto y molestando a los demás van a solucionar el temita de la ciudad que vino fallada y sin certificado garantía. 
Me embarqué entonces en el bello paisaje porteño. 126 hasta San Juan y Jujuy. Por supuesto que perdí un colectivo, pero enseguida vino otro porque como dice la chusma “el 126 está funcionando muy bien, no hay nada que reprocharle. Igual está siempre lleno porque no hay subtes, pero pasan seguido”. La primer prueba del día fue superada sin mayores inconvenientes. Pero todavía quedaba un largo rato de paseo porque soy el último eslabón de la cadena en un entorno laboral en el que de a ratos soy indispensable en la administración y de a ratos me mandan a jugar de che pibe porque alguien tiene que hacer lo que nadie tiene ganas de hacer. Entonces “unas cosas por el centro” era ir a cuatro lugares diferentes de la ciudad en un solo día, porque además, ayer me hice la pelotuda y no fui a ninguno.
Entonces tenía que irme desde Inclán y Jujuy a Tacuarí y Belgrano. Estaba difícil porque no encontraba el colectivo que quería tomarme, y durante 20 minutos anduve dando vueltas de manzana sin rumbo definido. Encontré por ahí a otro, el 118; que en realidad me dejaba en el último lugar en la lista, pero me sacaba la nebulosa en la que estaba. Ya fue, me subí, pero se me ocurrió que era mala idea justo cuando cruzaba Av. Belgrano y bajé casi a las corridas del colectivo; para tomar el 2 o el 103, que siempre paran uno cerquita del otro. Pasó un 2, pasaron tres 103, los saludé con la manito. Creo que eso de perder bondis me vino con los genes. El tercer viaje del día, en el 103 fue igual de tranquilo que los anteriores. Empecé a sospechar que el caos por el paro de subtes era puro tocuen, tocuen es cuento, dijo Maradona.
De mi tercer destino tuve que dirigirme exactamente hacia Florida y Diagonal Norte para tomar el 29, zona neurálgica y epicentro de humanidad indignada buscando tomar un colectivo en el que caben nada más y nada menos que las personas de un solo vagón de subte. Había mucha, mucha, mucha, mucha de verdad, mucha gente por esos pagos. Antes de cruzar la calle vi como se iban dos 29, y esta vez me entristecí un poco, porque ya se hacía tarde y estaban prácticamente vacíos. Tuve que esperarlo un rato. Lo divertido fue que tenía que llegar al tercer lugar antes de las 2:00 pm, y para ese entonces ya era la 1:40 pm. A veces mi vida entera se vuelve un rally en el que tengo que correr contra los minutos que me persiguen para cortarme la cabeza, como si el tiempo de verdad existiera. Llegó el 29 entonces, le costaron un poco las callecitas del centro llenas de autos y gente que quiere llegar primero que otros a donde sea; pero 1:56 pm estaba bajando del transporte público para parar por cinco minutos y seguir el recorrido. 
Gracias al superpoder ese que recibí al nacer, que me permite perder cualquier colectivo que quiero tomar, pude ver dónde paraba el 37. Porque la inteligencia superior que abunda en la ciudad alcanza como para arreglar y poner preciosas las paradas de colectivos, pero no para tanto como para poner un cartel provisorio que indique la parada de qué colectivos es la que está en proceso de reconstrucción. Entonces pasaron dos 37 y pararon a media cuadra de donde yo estaba. No importa, el 37 pasa todo el tiempo. 1,10 hasta Recoleta, señor, porque pago con SUBE y me sale más barato. Después no necesité perder un colectivo para ver en dónde tenía que tomar el siguiente, porque mientras me bajaba del 37 un 110 paró a solo unos metros de distancia avisándome por adelantado que al rato iba a tener que ir a esperar uno igual en ese mismo lugar.
Ahora empieza la parte especial del relato. Estaba esperando para cruzar Las Heras, cuando un auto blanco y un taxi se detuvieron en medio de la bocacalle. Los señores que los manejaban proferían numerosas barbaridades y tenían cara de enojados. El conductor del auto blanco, en un arrebato de ira, rompió de un golpe de puño el espejo retrovisor derecho del taxista. Como era un señor muy civilizado, el taxista puso en marcha su motor, y chocó intencionalmente al auto blanco. El señor del auto blanco se enojó aún más y empezó a pegarle patadas al taxi. Pero como no era suficiente, el taxista sacó una especie de machete para romper al auto blanco y también al otro señor. A todo esto, una señora todavía estaba sentada en el asiento trasero del taxi con cara de horror. Pero gracias al santo de los oficiales de policía, aparecieron unos muchachos uniformados que frenaron a tiempo todo el asunto, y me salvaron de perder el 110 que ya llegaba, por contemplar con mucha atención el espectáculo de violencia inusitada que se estaba desarrollando delante de mis ojos. 
Era el 110 el que me llevaba de regreso a la Fundación, a salvo de los indignados y los desesperados por llegar. En un cruce y sin previo aviso el colectivo frenó de golpe. Una decena de personas cayó encima de otras tantas y todos los que viajábamos sentados  nos balanceamos para adelante bruscamente. El colectivo se detuvo metros más adelante y por la ventana vimos como un segundo señor taxista salía corriendo de su auto y se dirigía hacia una moto a la que acababa de atropellar. ¡Qué lindo día para salir a pasear por Buenos Aires! Enseguida todos insultaron a las partículas de aire porque el colectivo frenaba y los retrasaba, todo culpa del inoportuno muchacho que estaba atrapado debajo de su propia moto. Por suerte enseguida otras personas se acercaron a ayudarlo y el 110 pudo seguir su rumbo; menos mal, porque lo único que le faltaba a todas esas personas era llegar tarde porque un pibe tenía la pierna medio muerta debajo de una moto en el medio de la calle.
Al finalizar el paseo me esperaban unas cuantas tareas en el trabajo. el “voy primero a hacer unas cosas al centro y después para ahí” se transformó en casi 4 horas de vueltas por la city porteña. A las 5:30 cuando me fui de la Fundación, lo único que quería era que en el 141 quedara un lugarcito para mi y algo de oxigeno, el suficiente como para ir desde Villa Crespo hasta Flores. Cuando es hora de volver a casa, perder el colectivo no es para nada gracioso, y siempre pierdo uno o dos mientras me dirijo a la parada caminando por la perpendicular. Hoy, nunca menos, pasó uno casi vacío. Me invadieron unas enormes ganas de matar. Cuando llegué a la parada una lluvia de colectivos 15 me dejó el pelo con mucho frizz causado por un odio irracional a todas las personas que esperaban delante mío en la fila; y cuando me pareció ver venir un 141, leí que decía “Semirapido” en el cartel ese que no veo hasta que no está a dos metros y me enojé mucho. Una vez me tomé uno de esos y me dejó a ocho cuadras de mi casa, pero algo me decía que hoy iba a correr con mejor suerte. Cuando le pregunté, me dijo que paraba a una cuadra de mi hogar. Gracias a los genios que quieren controlar qué colectivos nos tomamos y a dónde viajamos, me salió solamente 1,60. Este 141 estaba prácticamente vacío y se detuvo solamente en un tercio de las paradas. Tan solo 40 minutos después estaba bajando del séptimo colectivo que me tomaba en el día, llegando a mi casa para no volver a salir al mundo. Definitivamente este era el día para empezar a escribir en un nuevo blog.
A propósito, el paro de subtes es una sensación.