martes, 2 de octubre de 2012

Anhelo pasajero

Después de caminar unas cuantas cuadras, tomar un colectivo en donde recién empieza puede ser un hecho muy especial. Tomar el 132 Por Alem al 1000 era un hecho muy especial para mi esta tarde. Por desgracia, sí que es una desgracia, solo el ramal Flores llega hasta mi casa. No puedo tomar así como así el primer colectivo que viene si no es de ese ramal, y en las estadísticas siempre gana Carabobo. Esperaba entonces, pasó uno, pasaron dos, pasaron tres 132 de los que van por Carabobo hasta que llegó el que yo esperaba. 

¿Cuántas paradas hay entre el comienzo del recorrido en Retiro y el lugar en el que yo estaba esperando? ¿Dos, tres paradas? Tenía que conseguir un asiento para dormir todo el viaje, no podía fallar. Pero todo lo que no puede fallar siempre falla, y cuando llegó el colectivo llegó semi lleno. Tercer parada y el colectivo ya no tenía asientos libres. Y yo que cargaba con una cartera llena de estupideces, un paraguas de los grandes y un tapado que no me servía para nada porque ni hacía frío. La lluvia hace esas cosas y engaña a las personas a veces. Además, no hacía más que soñar con dormir, pero tuve que conformarme con quedarme parada cerca de los que tenían cara de bajar por Microcentro o Tribunales. Claro que hay clasificaciones de viajantes según el porte. Otro día en el que tengamos más ganas de categorizar, encasillar y discriminar hablaremos de eso. 

Así fue que viaje parada hacia esa potencial instancia en la que algún hombre trajeado bajara del colectivo para meterse en una de sus jaulas-oficinas, se encontrara con alguien para tener una reunión de esas muy aburridas, o fuera rumbo a engañar a su esposa con una de por ahí. Fueron solo unas 15 cuadras, pero en ese transcurso el colectivo se llenó mucho, mucho de verdad. ¿Cómo puede ser que haya tanta gente concentrada en tan poco de la ciudad? Odiosas personas, viajar en colectivo es una gran experiencia y ustedes arruinan todo siempre.

Como sea, finalmente se bajó un señor muy simpático. Su saco gris tenía unas, casi imperceptibles, rayas y era medio pelado; de esos que se animan a extraños y forzados looks para disimular la calvicie con lo que les queda de pelo. Había llegado mi momento de gloria, sentarme y dormir lo que quedaba del viaje. Pero ahí nomás apareció una señora casi mayor, con cara de "yo tengo más derecho de todos porque soy una vieja de mierda". A mi no me cae mal casi nadie en el mundo, pero si hay algo que no soporto es a las viejas de mierda. Señora, yo no tengo la culpa de lo que pase con su vida. Usted debe vivir al pedo y yo trabajo y estoy cansada, pero es obvio que voy a dejarle el lugar a usted; porque si no lo hago, podría sufrir una perforación de pulmón causada por su codo, ese que es capaz de hacer lo que sea por quedarse con el lugar. Mala suerte para mi, espero que alguien me mate antes de llegar a ser vieja de mierda.

Finalmente, un par de paradas más tarde, una mujer muy elegante y con cara de infeliz se bajó, y sí me senté esta vez. Dormir, cuando viajo en colectivo, en lo único que pienso es en dormir. Pero sin embargo me senté y no me dormí. Estaba muy entretenida mirando Twitter en el celular, y me sentí realmente imbécil porque en verdad estaba invadiéndome el sueño y, vamos, no iba a explotar el mundo si yo me perdía lo que todas esas personas, desconocidos en un alto porcentaje, estaban diciendo. Parecía que este viaje nunca iba a corresponder a tan profundo y transitorio anhelo. Gracias al cielo, y a que mi celular es una porquería, se acabó la batería y no me quedó mejor cosa que hacerle caso a la estúpida y sensual somnolencia.

No hay nada más espléndido e incomodo que dormir un rato largo en el bondi, sin que un bache grande, un bocinazo, o alguna persona nos despierte; aunque después el cuello duela solo de un costado, y nos arriesguemos a que cualquiera que anda por ahí nos vea dormir con la boca abierta o babearnos. 

Así de bien me fue, me desperté unas cuadras antes de llegar a destino, las caras a mi al rededor eran otras que las de antes de dormirme. Sinceramente no me importaba ninguno de ellos. Apenas pude reaccionar me paré a tocar el timbre, una nena que viajaba con su madre me regaló una sonrisa antes de bajar y por una milésima de segundo sentí aprecio por la raza humana y tuve fe en la humanidad. Después recordé que estaba muy dormida y que tenía que caminar cuatro cuadras, infortunio. Enseguida me dije que qué mala idea dormir en el colectivo, y que iba a recordar ese momento de sufrimiento cuando se me ocurriera dormirme la próxima vez. Ahora digo que mentira, voy a dormir de nuevo en mi próximo viaje y todos los que le sigan, cuando viajo en colectivo solo pienso en dormir. Chau.

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