Si hay un momento especial para empezar a escribir en un blog de dudoso futuro es este. Casi una semana de paro de subtes en Buenos Aires. Buenos aires que aparte ya es una mierda para viajar el común de los días, esos en los que el subte funciona y está lleno muy lleno de gente, y aún así por la calle no se puede andar.
Hay días que para no llegar tarde al trabajo tomo taxis, otros en los que me excuso con haber perdido el colectivo o con el tránsito. El tránsito es una gran herramienta para el pierdebondis o el que llega tarde a todos lados. Es espléndido el papel del pobre martir presa del tránsito, porque siempre en algún otro afectado, o simplemente indignado de la vida, encontrará refugio y justificación por la falta de puntualidad.
Lo mejor es encontrar una tercer excusa que habilite a la llegada tarde como por ejemplo “voy primero a hacer unas cosas por el centro y después para ahí”. Eso fue lo que se me ocurrió hoy cuando me desperté 15 minutos antes de la hora a la que habitualmente salgo de casa. Brillante idea, sobre todo para un día como hoy. Jueves de fiesta de metrodelegados en las cabeceras de los subtes, jueves de gente alterada andando por la ciudad, jueves de infradotados que piensan que por ir con cara de orto y molestando a los demás van a solucionar el temita de la ciudad que vino fallada y sin certificado garantía.
Me embarqué entonces en el bello paisaje porteño. 126 hasta San Juan y Jujuy. Por supuesto que perdí un colectivo, pero enseguida vino otro porque como dice la chusma “el 126 está funcionando muy bien, no hay nada que reprocharle. Igual está siempre lleno porque no hay subtes, pero pasan seguido”. La primer prueba del día fue superada sin mayores inconvenientes. Pero todavía quedaba un largo rato de paseo porque soy el último eslabón de la cadena en un entorno laboral en el que de a ratos soy indispensable en la administración y de a ratos me mandan a jugar de che pibe porque alguien tiene que hacer lo que nadie tiene ganas de hacer. Entonces “unas cosas por el centro” era ir a cuatro lugares diferentes de la ciudad en un solo día, porque además, ayer me hice la pelotuda y no fui a ninguno.
Entonces tenía que irme desde Inclán y Jujuy a Tacuarí y Belgrano. Estaba difícil porque no encontraba el colectivo que quería tomarme, y durante 20 minutos anduve dando vueltas de manzana sin rumbo definido. Encontré por ahí a otro, el 118; que en realidad me dejaba en el último lugar en la lista, pero me sacaba la nebulosa en la que estaba. Ya fue, me subí, pero se me ocurrió que era mala idea justo cuando cruzaba Av. Belgrano y bajé casi a las corridas del colectivo; para tomar el 2 o el 103, que siempre paran uno cerquita del otro. Pasó un 2, pasaron tres 103, los saludé con la manito. Creo que eso de perder bondis me vino con los genes. El tercer viaje del día, en el 103 fue igual de tranquilo que los anteriores. Empecé a sospechar que el caos por el paro de subtes era puro tocuen, tocuen es cuento, dijo Maradona.
De mi tercer destino tuve que dirigirme exactamente hacia Florida y Diagonal Norte para tomar el 29, zona neurálgica y epicentro de humanidad indignada buscando tomar un colectivo en el que caben nada más y nada menos que las personas de un solo vagón de subte. Había mucha, mucha, mucha, mucha de verdad, mucha gente por esos pagos. Antes de cruzar la calle vi como se iban dos 29, y esta vez me entristecí un poco, porque ya se hacía tarde y estaban prácticamente vacíos. Tuve que esperarlo un rato. Lo divertido fue que tenía que llegar al tercer lugar antes de las 2:00 pm, y para ese entonces ya era la 1:40 pm. A veces mi vida entera se vuelve un rally en el que tengo que correr contra los minutos que me persiguen para cortarme la cabeza, como si el tiempo de verdad existiera. Llegó el 29 entonces, le costaron un poco las callecitas del centro llenas de autos y gente que quiere llegar primero que otros a donde sea; pero 1:56 pm estaba bajando del transporte público para parar por cinco minutos y seguir el recorrido.
Gracias al superpoder ese que recibí al nacer, que me permite perder cualquier colectivo que quiero tomar, pude ver dónde paraba el 37. Porque la inteligencia superior que abunda en la ciudad alcanza como para arreglar y poner preciosas las paradas de colectivos, pero no para tanto como para poner un cartel provisorio que indique la parada de qué colectivos es la que está en proceso de reconstrucción. Entonces pasaron dos 37 y pararon a media cuadra de donde yo estaba. No importa, el 37 pasa todo el tiempo. 1,10 hasta Recoleta, señor, porque pago con SUBE y me sale más barato. Después no necesité perder un colectivo para ver en dónde tenía que tomar el siguiente, porque mientras me bajaba del 37 un 110 paró a solo unos metros de distancia avisándome por adelantado que al rato iba a tener que ir a esperar uno igual en ese mismo lugar.
Ahora empieza la parte especial del relato. Estaba esperando para cruzar Las Heras, cuando un auto blanco y un taxi se detuvieron en medio de la bocacalle. Los señores que los manejaban proferían numerosas barbaridades y tenían cara de enojados. El conductor del auto blanco, en un arrebato de ira, rompió de un golpe de puño el espejo retrovisor derecho del taxista. Como era un señor muy civilizado, el taxista puso en marcha su motor, y chocó intencionalmente al auto blanco. El señor del auto blanco se enojó aún más y empezó a pegarle patadas al taxi. Pero como no era suficiente, el taxista sacó una especie de machete para romper al auto blanco y también al otro señor. A todo esto, una señora todavía estaba sentada en el asiento trasero del taxi con cara de horror. Pero gracias al santo de los oficiales de policía, aparecieron unos muchachos uniformados que frenaron a tiempo todo el asunto, y me salvaron de perder el 110 que ya llegaba, por contemplar con mucha atención el espectáculo de violencia inusitada que se estaba desarrollando delante de mis ojos.
Era el 110 el que me llevaba de regreso a la Fundación, a salvo de los indignados y los desesperados por llegar. En un cruce y sin previo aviso el colectivo frenó de golpe. Una decena de personas cayó encima de otras tantas y todos los que viajábamos sentados nos balanceamos para adelante bruscamente. El colectivo se detuvo metros más adelante y por la ventana vimos como un segundo señor taxista salía corriendo de su auto y se dirigía hacia una moto a la que acababa de atropellar. ¡Qué lindo día para salir a pasear por Buenos Aires! Enseguida todos insultaron a las partículas de aire porque el colectivo frenaba y los retrasaba, todo culpa del inoportuno muchacho que estaba atrapado debajo de su propia moto. Por suerte enseguida otras personas se acercaron a ayudarlo y el 110 pudo seguir su rumbo; menos mal, porque lo único que le faltaba a todas esas personas era llegar tarde porque un pibe tenía la pierna medio muerta debajo de una moto en el medio de la calle.
Al finalizar el paseo me esperaban unas cuantas tareas en el trabajo. el “voy primero a hacer unas cosas al centro y después para ahí” se transformó en casi 4 horas de vueltas por la city porteña. A las 5:30 cuando me fui de la Fundación, lo único que quería era que en el 141 quedara un lugarcito para mi y algo de oxigeno, el suficiente como para ir desde Villa Crespo hasta Flores. Cuando es hora de volver a casa, perder el colectivo no es para nada gracioso, y siempre pierdo uno o dos mientras me dirijo a la parada caminando por la perpendicular. Hoy, nunca menos, pasó uno casi vacío. Me invadieron unas enormes ganas de matar. Cuando llegué a la parada una lluvia de colectivos 15 me dejó el pelo con mucho frizz causado por un odio irracional a todas las personas que esperaban delante mío en la fila; y cuando me pareció ver venir un 141, leí que decía “Semirapido” en el cartel ese que no veo hasta que no está a dos metros y me enojé mucho. Una vez me tomé uno de esos y me dejó a ocho cuadras de mi casa, pero algo me decía que hoy iba a correr con mejor suerte. Cuando le pregunté, me dijo que paraba a una cuadra de mi hogar. Gracias a los genios que quieren controlar qué colectivos nos tomamos y a dónde viajamos, me salió solamente 1,60. Este 141 estaba prácticamente vacío y se detuvo solamente en un tercio de las paradas. Tan solo 40 minutos después estaba bajando del séptimo colectivo que me tomaba en el día, llegando a mi casa para no volver a salir al mundo. Definitivamente este era el día para empezar a escribir en un nuevo blog.
A propósito, el paro de subtes es una sensación.